lunes, 9 de diciembre de 2013

¿De qué derechos humanos hablamos?

Cuando despertemos el próximo martes 10 de diciembre, el mundo se habrá alejado todavía más de una Declaración Universal, que tiene por nombre Derechos Humanos. Al alba de ese día estará amaneciendo un planeta más inhumano, con diferencias cada vez más abismales, en las cuales los derechos de unos pocos son todavía sueños o verdaderas quimeras de muchos.

Treinta artículos recoge el texto surgido aquel día en París, tras la II Guerra Mundial y desde el primero, Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros; la incredulidad envuelve hoy a toda la humanidad. Y es que vive exactamente lo contrario.

Mientras la riqueza global ha subido 68 % en los últimos diez años, el 1 % más adinerado posee el 46 % de todos los activos globales y la concentración de la riqueza continúa siendo la fuente de la pobreza de miles de millones de habitantes en el orbe.

Al mismo tiempo que incrementa el poderoso sus arcas, son cada vez más despojados de sus derechos los desposeídos, aquellos que han vivido desde el duodécimo mes de 1948, aspirando a que se haga realidad la letra de los 30 postulados. Ellos son los 842 millones de personas que pasan hambre en el mundo, las 1 200 millones que viven en extrema pobreza, o las 774 millones que son analfabetas.

¿Qué significado puede tener para los más de dos millones de niñas que son forzadas a ejercer la prostitución; las más de 33 mil que mueren cada día en el tercer mundo por enfermedades curables y los otros 325 millones que no asisten a la escuela, el aniversario 65 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?

¿Acaso podrán creer que el futuro pasa por el cumplimiento de las intenciones de su articulado, si como dijera el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, la cifra de infantes, madres, adolescentes, jóvenes y adultos salvables, que mueren cada año por falta de alimentos, atención médica y medicamentos, es comparable con las víctimas de cualquiera de las dos guerras mundiales?

Dice el artículo 2 que Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen na-cional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Sin em-bargo, justamente en el vigésimo aniversario del texto, cuando las Naciones Unidas designaron a 1968 como el Año Internacional de los De-re-chos Humanos, ¿paradójicamente? asesinaron a uno de los paradigmas de la lucha por esa conquista. Con razón él, Martin Luther King, había expresado que "hemos guiado a los misiles y desviado a los hombres".

Desde que se firmó la Declaración, han sido esos misiles los que han acabado en la Tierra, la casa de la humanidad, con el derecho humano más elemental, el de la vida. Tras la rúbrica del documento, Hiroshima y Nagasaki vivieron, y todavía viven el horror, de la muerte; Vietnam huele aún a Napalm, Yugoslavia a fósforo vivo; Iraq, Afganistán, Libia, fueron ensordecidas por los bombardeos.

¿Por qué me piden ponerme un uniforme e ir a 10 mil millas de casa y arrojar bombas y tirar balas a gente de piel oscura, mientras los negros de Louisville son tratados como perros y se les niegan los derechos humanos más simples? No voy a ir a 10 mil millas de aquí y dar la cara para ayudar a asesinar y quemar a otra pobre nación simplemente para continuar la dominación de los esclavistas blancos, dijo el campeón olímpico de Roma-1960 y luego monarca mun-dial del boxeo profesional, Muhammad Ali, cuando le pidieron alistarse para matar en Vietnam.

Cuando se habla de Derechos Humanos tiene que existir recelo, desconfianza, escepticismo. Porque tan esperanzador texto, tan ansiada conquista por el hombre, ha sido objeto de manipulaciones bajo intereses políticos. Cuba es un claro ejemplo de cómo esos fines han querido borrar de la faz de la Tierra a una de las obras más humanas que haya conocido pueblo alguno.

No es nuestro pequeño país un paraíso, y aun cuando la propia obra revolucionaria, por excelencia humanista, promueve entre sus principios la no discriminación, continúa luchando contra manifestaciones de racismo que vienen del pasado, frente a cualquier síntoma que flagele en lo más mínimo la emancipación de la mujer, por la inclusión social de todos los cubanos, sin mi-rar orientación sexual, credo o ideas.

Pero nos han presentado ante el mundo como el mismísimo infierno, solo que si Dante hubiera traspasado esta puerta no encontraría ninguno de sus nueve círculos. No vivimos en un limbo; ni con lujuria, gula, avaricia, ira, no es este un pueblo de herejes, ni violento; se aborrece el fraude y la traición está desterrada. En infierno han querido convertirlo, con un bloqueo que busca ahogar por hambre, en el más típico genocidio, en el cual se le niega un medicamento a un niño, porque es fabricado o comercializado por una entidad de un país, por demás el más poderoso del planeta y uno de los dos que no son parte de la Convención sobre los Derechos del Niño (1989/1990), la más ratificada de cuantos tratados hay en la materia.

Hoy la humanidad vive el mayor peligro de su historia. La amenaza de desaparecer es responsabilidad de ese 1 % acaudalado, que a base de expoliar a muchos, agreden el hogar de todos. La crisis medioambiental es la más peligrosa de todas; puede desaparecer el dinero, pero si acabamos con la Tierra, sepultaríamos a los derechos humanos.

La fanfarronería de las armas nucleares constriñe cada vez más la vida de los hombres y mujeres del mundo. El poderío, incluso un ínfimo por ciento, podría convertirse en holocausto en una pequeñísima fracción de segundos. La industria militar y su gran negocio azuzan la guerra, siembran muerte y hacen cada vez más inseguro al mundo.

Por cierto, ni de medio ambiente, ni de paz, se habla en la Declaración Universal, y mucho menos cuando se aborda el tema en convenciones o consejos mundiales. Entonces, ¿de qué derechos humanos hablamos?

Albert Einstein escribe este último párrafo: "Estoy absolutamente convencido de que ninguna riqueza del mundo puede ayudar a que progrese la humanidad. El mundo necesita paz permanente y buena voluntad perdurable".

1 comentario:

  1. Buen trabajo. Aquí en Namibia la Brigada médica tiene su Blog y hacen también un destacado trabajo divulgativo, nosotros hacemos lo propio, pero en la rama técnica, ingenieros y arquitectos. Le deseo suerte

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